Herman Webster Mudgett más conocido como Dr. Henry Howard Holmes fue uno de los primeros asesinos en serie de Norteamérica.El era el dueño de un hotel en chicago que se conocio como “The Murder Castle” (el castillo de la muerte) Su oscura mente ideó una mansión llena de trampas propia de una retorcida novela de terror. El “castillo Holmes” fue terminado en 1892 y la exposición de Chicago abrió sus puertas el 1 de mayo de 1893, La planta baja estaba conformada por negocios sin embargo sus sótanos y pisos superiores estaban plagados de cientos de trampas, escaleras que no llevaban a ningún lado, habitaciones secretas, puertas correderas, laberintos y pasillos secretos desde los cuales, por unas ventanillas visuales disimuladas en las paredes, el doctor podía observar a escondidas el vaivén de sus clientes y sobre todo de “sus clientas” Utilizando la gran variedad de máquinas de tortura y habitaciones “especiales” que su mansión poseía algunos de sus “juegos” más pervertidos se basaban en atar a sus victimas colgando de los brazos y bajarlas lentamente a un pozo lleno con ácido; o encadenarlas a una prensa rotatoria que lentamente iba triturando sus huesos. También era normal que practicara “autopsias” o desollara a la persona estando ésta aun con vida.Un montacargas y dos toboganes servían para hacer bajar los cadáveres a una bodega ingeniosamente instalada, donde eran, según los casos, disueltos en una cubeta de ácido sulfúrico, reducidos a polvo en un incinerador o simplemente hundidos en una cuba llena de cal viva. El castillo también poseía habitaciones con paredes que se cerraban aplastando a sus victimas, cámaras de gas, trampas que al ser pisadas activaban todo tipo de dardos venenosos, pinchos y disparos. En una habitación, bautizada como “el calabozo”, estaba instalado un impresionante arsenal de instrumentos de tortura. Entre las máquinas sádicas instaladas por el ingenioso doctor, una de ellas llamó particularmente la atención de los periodistas. Era un autómata que permitía cosquillear la planta de los pies de las víctimas hasta hacerles literalmente morir de risa.
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